DEL DESARROLLO
MUNICIPAL
Capítulo I. El mexicano
Pensar y escribir sobre el municipio mexicano no ha
sido sencillo. Varias décadas después de
haber sido constitucionalizada, ésta división territorial continúa desconocida
en su mayor parte y viviendo por debajo de lo que en su momento se pensó para
él. México muere y florece en sus
municipios, todos los días la pluralidad de nuestra idiosincrasia mantiene allí
una lucha entre el estancamiento y el progreso.
Para entender al Municipio debe estudiársele considerando una variable intestina
y apasionante como la variopinta idiosincrasia que en él subsiste.
Los hombres y mujeres de los municipios de México
han forjado su historia y actuales condiciones de vida en ambientes complejos y
complicados. En la monotonía de su
pobreza y en el repaso de sus horas tristes, el mexicano[1]
pasa un tiempo considerable pensando en lo que quiere hacer envuelto en un
ánimo de positividad y alejándose de lo que realmente puede hacer. Cuando el tiempo lo alcanza y advierte la
desproporción entre lo que quiere y puede hacer, los ánimos otrora positivos se
transforman en aliados del fracaso. A lo
largo de los años, en las arterias de México se fue forjando un sentimiento
nacional contrario al que se percibe en el epitelio de nuestra conducta, el
arrojo y valentía que sobresalen del carácter mexicano, para Samuel Ramos son
maneras inesperadas para disfrazar y compensar un sentimiento inconsciente de
inferioridad –sentimiento que inicia su arraigo en los años de la conquista y
la colonización, y que se hizo patente de manera estructural en el
comportamiento de los individuos hasta
el movimiento de la independencia, cuando el país buscaba su identidad, su
propia fisionomía nacional originaria.
Siendo un país muy joven, México quiso ponerse a la altura de la vieja
civilización europea de un solo salto.
Al fallar, el país cayó en severos conflictos internos y a consecuencia
de algunos, México auto desvalorizó su carácter cometiendo un acto propio de
injusticia y se impuso condiciones mentales que han persistido en el
tiempo. La psicología de los mexicanos dice
Ramos, es la de una raza en la edad de la fantasía y la ilusión que en
consecuencia, sufrirá fracasos tras fracasos de manera sucesiva hasta que no
logre adquirir una percepción clara de la realidad.
Al paso del tiempo, y tomando a la historia misma
como referente, las condiciones de vida del mexicano son resultado de un
permanente estado de pasmo ligado a la suspensión total de la razón y al
privilegio de lo vano. Lo interesante de
Ramos sobre el tema del sentimiento de inferioridad que afecta a los mexicanos
son las consecuencias que sobrevienen a ello: la formación de un individualismo
que socava la posibilidad de construir comunidad. Por ello, en México el espíritu de
cooperación y la construcción de comunidad son débiles, en ésta nación nuestra
vida tiende más a la dispersión que a la solidaridad social. El sentimiento de inferioridad por su parte,
genera en el individuo conducta de introversión, un comportamiento intangible de
desatención a lo exterior y un marcado debilitamiento de la capacidad de
percibir lo que es real. Los afectados
por el sentimiento de inferioridad dice Ramos, terminan convirtiéndose en
inadaptados del mundo y de su sociedad debido al desequilibrio que se fermenta
en su conciencia.
En “El perfil del hombre y la cultura en México”, Ramos
estableció que generalmente en donde hay un sentimiento de inferioridad surge
la ambición desmedida por el poder, consecuencia del encuentro entre
antagónicas, la determinación de lo que es superior y debe ser asequible y
aquello que es denostado, aquello que resulta inferior y por tanto desechable. La lucha por el poder da como resultado la
inadaptación a la vida de comunidad, y es ahí donde nace la parálisis
participativa de la comunidad misma como ciudadanía. Rosario Castellanos[2]
dijo alguna vez que para ser participativo se requeriría hacer una declaración
de fe y edificar una nueva conciencia para desde ahí, poder ver y andar, vivir,
cambiar, exigir y no sólo presenciar como el mexicano en los pueblos que
solamente presencia, no ve y anda, no vive y cambia, no exige. Este mexicano según Octavio Paz[3]
establece una muralla entre la realidad y su persona, una muralla
infranqueable, lejana y cargada de impasibilidad; razones por la cual siempre
está lejos del mundo y de los demás.
Lejos de sí mismo.
Si contrapusiéramos el sentimiento de inferioridad
argumentado por Ramos con la propuesta de personalidad del mexicano hecha por
Paz en donde la resignación es una de sus virtudes populares y los trasladáramos
a cada uno de los más de dos mil quinientos municipios de México, empezaríamos
a entender una parte sustancial del porque las condiciones económicas son las
que existen y no las que desearíamos. Realizando
tal ejercicio iniciaríamos el camino hacia el desarrollo municipal, tratando
desde la raíz misma el problema, desde la parte visceral, intestina. No podemos construir un mejor país si en cada
una de sus células existe un abismo entre idiosincrasia y estadística, en dónde
el ejercicio de gobierno se realiza con una magra e insípida experiencia al
respecto pues es ahí donde se quiebra México, en el acto mismo de un ejercicio que
obstaculiza la creación de comunidad.
Fortalecer al municipio requiere de entenderlo, de verlo desde una perspectiva
propia, y no como un todo. Las
particularidades de esta división territorial seguirán marcando su camino lento
y atribulado. Para poder impulsar el
progreso de los pueblos debemos eliminar la absurda entereza con que nos
resignamos a la adversidad local que menciona Octavio Paz, debemos poner en
perspectiva que la idiosincrasia y el progreso guardan una relación de
codependencia.
BIBLIOGRAFÍA
Dresser, D., 2011. El país de
uno. 2011 ed. México DF: Aguilar.
Paz,
O., 2008. El laberinto de la soledad. México DF: Fondo de Cultura
Económica.
Ramos,
S., 2010. El perfil del hombre y la cultura en México. Primera ed.
México DF: Planeta Mexicana S.A. de C.V..
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