martes, 23 de agosto de 2011

Crónica de una muerte anunciada: Parte II


He sostenido que, a pesar de la creencia un tanto generalizada acerca de la fortaleza –aparente- del PRI rumbo a las elecciones de 2012, tal instituto político no es, ni tan fuerte, ni tiene tantas posibilidades de llegar a la presidencia de la República; sobre el particular, preciso es recordar que en la epistemología o teoría del conocimiento una creencia es sólo uno de los grados más bajos del mismo, que viene inmediatamente después de la ignorancia y que no alcanza para realizar afirmaciones sólidas y contundentes. Por el contrario una certeza es el grado máximo del conocimiento porque implica la aprehensión total de la realidad, el fundamento necesario para conocer la verdad. Confundir las creencias con las certezas ha llevado a muchos a entrar en estado de angustia, pues cuando las primeras desaparecen se piensa que todo el mundo las comparte sin que necesariamente ocurra así. De esta forma se sostiene como preámbulo del presente artículo que, lo que para el PRI y muchos de sus simpatizantes es una certeza absoluta no va más allá de ser una simple creencia que por definición es subjetiva, posible, factible pero también susceptible de equivocación. 

El PRI perdió la presidencia en el año 2000, entre otras muchas razones por ser un partido viejo, no tanto por los años de vida desde su fundación sino por las prácticas de antaño y la resistencia a renovarse hacia el interior con nuevos cuadros de militancia que, si bien no tenían que ser jóvenes (pues hay jóvenes viejos) debían forzosamente de innovar en el discurso, en la manera de entender la política y de hacer la política. 

Perdió por ser un partido anquilosado, porque la permanencia ininterrumpida por más de 70 años en el poder, sin tener que guardar una relación equidistante del gobierno como los otros partidos, le impidió alcanzar el fin natural de cualquier partido político en el mundo: ser un instrumento de la competencia abierta, transparente y democrática. 

Perdió porque prefirió ser un partido de legitimación del poder y someterse a las decisiones de un solo hombre, en lugar de ser el aparato crítico del gobierno; pero hablando con justicia y en honor a la verdad, fue ese el propósito mismo de su génesis. 

El nuevo PRI y el viejo PRI, es una y la misma cosa, un partido obsoleto que no sirve para competir sino para hacer trampa, que no sirve para generar opinión sino para inclinarse a las decisiones del poder, que no construye ciudadanía, ni democracia, ni acuerdos sino que por el contrario, pervierte las instituciones democráticas, utiliza sus borreguiles mayorías en los congresos para imponer una voluntad sorda, cerrada al debate y a las razones. Un partido que no sirve para la democracia porque no se hizo en democracia. 

El PRI actual, con cualquiera de los dos precandidatos que se dibujan para la campaña del próximo año, con cualquiera de sus dirigentes nacionales en esta última década, con cualquiera de los líderes de bancada o, inclusive con cualquiera de sus nuevos gobernadores, es similar en los estilos personales de gobernar, (como lo llamaría Daniel Cossío Villegas) al PRI que estuvo en el poder. 

Es en Estados gobernados por el PRI, desde siempre, (Estado de México y Veracruz) donde más ha crecido la deuda pública en esta última década, llama la atención que en ambas entidades federativas, los gobernadores sean personas jóvenes, caras frescas, la nueva generación del tricolor que, sin embargo, mantienen las políticas añejas que privilegiaban el dispendio, la falta de planeación en las finanzas públicas, la espantosa presencia de la corrupción (que se advierte en las numerosas observaciones que realizó la Auditoría Superior de la Federación en ambos casos), sólo esto podría explicar finanzas tan atroces que sin ir más lejos encuentran su paralelismo en las crisis recurrentes de 1976, 1982, 1988 y 1995. 

La fuerte presencia del PRI en los estados y sus triunfos recientes no tienen que ver con que la ciudadanía en un acto de profundas y serias reflexiones decida votar por un partido que “ya cambió”, más bien tiene que ver con la cercanía de ese instituto político a los presupuestos estatales. Si se analiza con cuidado, de todos los triunfos electorales del PRI sólo una mínima parte tiene lugar en Estados donde no gobierna, es decir, cuando le toca competir como oposición no gana, no es eficiente, sólo cuando cuenta con el respaldo de ser el partido en el poder, en franca connivencia con las instituciones gubernamentales, confirma sus triunfos y esto con enormes e indignantes cantidades de dinero (en el primer artículo de esta serie he hablado con detalle del mapachismo electoral del nuevo PRI en el Estado de Hidalgo). Justo como acontecía en el pasado, cuando aún con todo el aparato gubernamental de su parte el PRI perdía elecciones implementaban el fraude patriótico y así, dieron paso a lamentables episodios en la vida democrática al mismo tiempo que Acción Nacional mantenía un paso firme y determinado hacia la construcción de una democracia real a través de un temple y carácter. Quién olvida por ejemplo la fuerte oposición del Doctor Nava al cacique Gonzalo N. Santos en San Luis Potosí y la de Francisco Barrio en Chihuahua resistiendo los embates del gobernador Baeza.

Igual que en el pasado el PRI utiliza sus aplastantes mayorías en los congresos, tanto en la cámara de diputados como en los Estados, dos ejemplos ilustran lo anterior: el caso de los consejeros del IFE que constituye por lo menos, un desacato al mandato constitucional no ha podido concretarse porque ese partido insiste en que, por su mayoría debe poner 2 de los tres consejeros, dejando fuera de la negociación a las demás fuerzas políticas representadas en el órgano legislativo que tienen también una representación legítima; y dos, el dictamen de la minuta de la Ley de Seguridad Nacional que se discute actualmente en San Lázaro y que es un asunto de la mayor importancia para el país, no se vería tan obstaculizado si no fuera por la intromisión del Gobernador del Estado de México, que mediante la manipulación de los diputados del PRI intenta aprobar un proyecto centralista y presidencialista, violatorio de derechos humanos y que busca un ejército que deje de ser elemento del Estado Mexicano y sea sostén del gobierno en turno. No puedo dejar de recordar lo que en su IV informe de gobierno dijo Díaz Ordaz, después de utilizar al ejército en la represión estudiantil: “hemos sido tolerantes hasta excesos criticados; pero todo tiene su límite y no podemos permitir ya que siga quebrantando irremisiblemente el orden jurídico”. Quizá sea el sueño de Enrique Peña Nieto, decir la misma frase en el Congreso de la Unión y obtener como respuesta una apabullante ovación. 

Es preciso concluir, discrepando de Jorge Manrique, que no todo tiempo pasado fue mejor, el PRI de antes que es el nuevo PRI, tiene las mismas fallas y adolece de los mismos vicios que lo condujeron a la derrota en 2000 y 2006, y que habrán de llevarlo por el mismo derrotero en 2012; es el partido que favoreció la reproducción y reafirmación del país de un solo hombre, ¿Qué horas son? Las que usted diga señor Presidente; el de las crisis recurrentes; el de los magnicidios inexplicables; el de las prácticas más antidemocráticas; el de las represiones brutales. 

Estos son los síntomas de la descomposición del PRI, los que vaticinan su derrota en las próximas elecciones federales y los que le impiden estar a la altura de la vida democrática en México y de las elecciones federales. Sólo un partido así puede tener como principal abanderado de sus predilecciones a un político forjado en el seno del grupo político Atlacomulco, cuyo máximo exponente tuvo por norma política fundamental aquello de que: “político pobre, pobre político” y que no es más que un aforismo que desvela la asquerosa visión patrimonialista del Estado, de llegar al poder por el poder mismo, en aras de construir fortunas personales inconmensurables que, descansa en otra norma política fundamental del PRI: no importa lo que se robe, desvíe o desaparezca del erario, el sucesor no toca a su predecesor. Sólo así se explica que el enriquecimiento ignominioso de Arturo Montiel haya pasado inadvertido, por quien fuera su Secretario de Administración, Enrique Peña. 

No es un partido que sepa competir, si en las entidades federativas gana, es por la enorme cantidad de dinero que imprimen a las elecciones, por la cooptación ominosa de la prensa local, por su intromisión desde el poder en los partidos de oposición, por la corrupción de las instancias locales que debieran ser garantes de la democracia electoral y no lo son; pero a nivel federal la cosa sencillamente es diferente y habrá de mostrar la debilidad de un partido vetusto y obsoleto cuando se enfrente a las instituciones que a lo largo de más de veinte años hemos construido. Una prensa que es más independiente, el IFE y el TRIFE que a pesar de las críticas que reciben han demostrado mayor resistencia a las presiones y con sus resoluciones se han confirmado como imparciales; competencia abierta y decidida de partidos políticos nacionales que buscan el mismo objetivo y sobretodo una contienda en la que sus medios de manipulación no les alcanzarán para borrar del imaginario nacional la carga más pesada que tienen y que es su historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario